10.1.14



No entiendo nada, ni siquiera ahora, después de tanto tiempo. Todavía me levanto con esa inquietud que genera el extraño silencio, con la sensación de que algo ha ocurrido, algo malo. Y lo peor es que ahora, cada día, tengo razón. Efectivamente, ha ocurrido algo. Hace un año, mi hija mayor dejó de gritar a la hora del desayuno. También dejó de gritar a la hora del almuerzo, mientras veíamos la tele o cuando le decíamos que era hora de acostarse. Su mala leche, la energía negativa que desprendía, desapareció. Pero con la calma llegó la tragedia.
Porque una mañana, en vez de dirigirse hacia la cocina para pelearse con su hermano pequeño, en vez de gritarme a través de la puerta del baño para que saliera, en vez de insultar a su padre mientras ponía la música a todo volumen, Suzanne salió sigilosamente al patio trasero, se subió a una silla de plástico, ató una cuerda alrededor de la rama más alta del cerezo y se colgó.
Con aquel gesto se deshicieron la rabia, la angustia, los lloros, los gritos. Se descompusieron en pequeñas montañitas de polvo y luego se triplicaron y se nos metieron dentro, tan dentro que ahora me despierto a medianoche y todo es silencio, y me levanto por la mañana y todo es silencio, pero si escucho con atención oigo el zumbido del miedo en mis entrañas, y siento la humedad de la tristeza que me invade.
Llevamos la irritación por dentro, y no deja rojeces sobre la piel. A menudo pica, pero no sabemos dónde ni cómo rascarnos. Y a veces nos miramos los unos a los otros y creemos comprender, pero nos equivocamos, porque es un dolor que no tiene sentido, que procede de algo que carece de toda lógica.
Suman millones las veces que le pedí un rato de silencio, y supongo que esta es su manera de darme aquello que le exigí. A veces Suzanne todavía me decepciona, todavía me enfado con su forma de ser, con el cambio que hizo, con la joven adolescente en la que se transformó. Y entonces recuerdo la manera en que me miraba de pequeña, sus ojos observándome con atención, cautivada por todo lo que la rodeaba, la magia de las cosas, las personas, y el mundo.
En ocasiones, en la oscuridad, veo un atisbo de luz que se asoma por un resquicio de mi mente, y creo comprenderlo todo. Tal vez Suzanne me decepcionara con su forma de ser pero, realmente, ¿qué importa ahora eso?
Nunca nos decepcionó lo suficiente como para abandonarla. Nosotros a ella, sí.  

Imagen sacada de: aquí

No comments :